𓁙 El Hada Verde
“Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, pero embriagarse."Baudelaire.
En el campo de flores no todo es dulzura. Por suerte, también podemos encontrar el equilibrio en lo amargo y armonizarnos con su poder de verdes cenizos: las artemisias.
La amargura tonificante de esta variedad de plantas ha trascendido espacio-temporalidades gracias a los acompañamientos medicinales, terapéuticos, rituales y ceremoniales de la maestra del acerbo.
La artemisia debe su nombre a la diosa griega Ártemis, divinidad lunar y protectora ambivalente que lo mismo custodia la virginidad, como los buenos partos. Guardiana de los bosques y los animales, la rebeldía jovial y salvaje de Ártemis da para atrevernos a repensar y actualizar la dualidad emblemática del arquetipo femenino que esta deidad representa, prometo pronto indagar en algún otro escrito sobre esto. Por ahora, viajemos a los misterios de esta emblemática Maestra.
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Las bondades amargas de la artemisia han sido empleadas a lo largo y ancho del planeta. Ya sea tanto en las culturas occidentales, orientales, como en el sabio mundo indígena.
En la antigüedad occidental, la Artemisa era venerada por sus poderes mágicos: solían colocar pequeños ramilletes debajo de las sábanas para inducir sueños lúcidos. Otras muchas mujeres uncían velas con sus flores para pedir favores o mensajes clarividentes a la Diosa.
En oriente, más exactamente en China, se empleaban pequeños conos de ajenjo (artemisia absinthium) o artemisia annuar para tratar desequilibrios energéticos y malestares en general. A modo de acupuntura, colocaban los pequeños conos encendidos para calentar la sangre y relajar el sistema nervioso, a este proceso que tiene más de 3.000 años de práctica se le conoce como moxibustión, ¿te suena?
En África, la artemisia fue ampliamente conocida por ser un antídoto contra la malaria.

En México, curanderas, yerbateras y médicas sabias han tenido como aliada de la salud femenina a un tipo de artemisia mexicana conocida ampliamente como “estafiate” o “ajenjo del país”. El estafiate también es una planta asociada al culto de Tláhuac y las divinidades del agua, empleada en uso ritual para ceremonias de invocación de las lluvias, se tejían guirnaldas de “iztauhyatl”, en su nombre y la doncella que representaba a la deidad se vestía con un exquisito huipil de color verde estafiate, en honor a la planta.
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En el ámbito de la cultura, nuestra querida artemisia ha protagonizado numerosas historias entre poetas, artistas y pintores. Durante la efervescencia parisina de los años modernistas, poetas como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud entre otros; y pintores de la talla de Van Gogh sucumbían a los encantos del “Hada Verde”, un emblemático brebaje alcohólico hecho de botánicos como el anís, hinojo y desde luego, la artemisia. Los románticos solían reunirse a departir acompañados de la magia verde del absinthe para expandir su consciencia.
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A veces, resulta difícil poner atención a la planta misma cuando hay información teórica aquí y allá, pero lo valioso y lo que podemos proponernos de cara a un encuentro vegetal es ensanchar nuestra atención, para que limpias y vacías de datos de la razón, podamos acercarnos a la planta de forma intuitiva, con datos de la sensibilidad.
Permitir que los susurros de la Naturaleza se escuchen, sensibilizándonos en presencia, cercanía y vecindad. Para sabernos la una la otra y en esa proximidad, intercambiarnos.
Dejarnos afectar - en el más amplio sentido de la palabra- por las compañeras plantas permite la comunión, comunión mediante la cual nos emprendemos, en tanto semejantes con el mundo vegetal, dejarnos ir... Así nomás.
Texto y fotografías: Andrea Bravo
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